Tengo que haceros una confesión. Os amo a las dos. Por favor, leed hasta el final, no rompáis esta carta, dadme la oportunidad de explicarme porque espero haceros comprender que mi cariño es lícito, puro y sincero, aunque doble.
Desde que os conozco a las dos, no puedo concebir a la una sin la otra, a la otra sin la una. Sois mi sol y mi luna, mi montaña y mi río, mi mar y mis olas, mi paz y mi guerra, mi calor y mi llama. Las dos causáis mis desvelos en el ecuador de la noche, sois las heroínas en mis sueños y las musas de mis actos. Ya no quiero más paisajes fascinantes que vuestras mágicas sonrisas, ni más aventura que la odisea de navegar por la calma de vuestros ojos marinos.
Diréis ahora que un corazón no puede dividirse en dos, o que si lo hace se fracciona en dos el amor que puede dedicar. Os aseguro que la devoción que siento por la una no hace más que multiplicar la ternura que despierta en mí la otra.
Por mi aparente muestra de cinismo al declararme abiertamente amante de dos mujeres, podéis pensar ahora que no soy más que el montón de escombros de una letrina, cubierto de hediondo estiércol al que acuden ruidosas moscas verdes, y no os culpo. Pero es lo que siento, y si dijera algo distinto no estaría más que mintiendo, lo cual sería mucho más vil. No me pidáis que renuncie al amor de una, o de otra, porque antes renunciaría a respirar.
Si aún no habéis roto la carta, significará que al menos consideraréis la posibilidad de compartirme. Os pido ahora que me comuniquéis vuestra decisión lo antes posible, para que así pueda decidir si sigo respirando o no.
Os quiere,
El amante doble.